Hace algunos días, al tiempo que hacía la lectura de la obra aquí reseñada, reflexionaba sobre una reciente inquietud. En mi corta pero muy intensa experiencia como docente universitario, una de las frases que más me ha tocado escuchar en el presente año entre mis estudiantes es “yo tengo otros datos”. Dicha en varias ocasiones por nuestro actual presidente, la frase se popularizó en redes sociales, y a la postre se convirtió en parte del arsenal discursivo, tanto de detractores como de los defensores de la llamada cuarta transformación.
Honestamente, lo que me preocupaba del asunto no era tanto que amlo se expresara así, pues es por todos sabido su desdén hacia los datos que no concuerden con su forma de ver las cosas. Además de que, siendo justos, este sesgo lo padecemos todas las personas y no solo el máximo mandatario del país. Mi inquietud se debía más bien al tono en que los alumnos utilizaban tal frase, pues denotaba cierto orgullo por tener la “habilidad” de recurrir a ella cuando se quedaban sin argumentos para defender sus ideas, y al hecho de que, al preguntarles por la fuente de sus datos, la mayoría terminaba reconociendo que en realidad no los tenía.
Estas experiencias son las que me han mostrado la relevancia de las ideas contenidas en el libro: Factfulness. Ten reasons we’re wrong about the world-and why things are better than you think. La premisa de que parten sus autores es que la mayoría de la gente posee una visión del mundo demasiado dramática. Es decir, que las personas perciben al mundo como un lugar más peligroso, violento y desesperanzador de lo que en realidad es, y que tal cosmovisión, además de incorrecta, es bastante estresante. Por ello, Hans Rosling y sus hijos se pusieron la meta de cambiar esa visión excesivamente dramática del mundo para sustituirla por una visión sustentada en hechos, misión para la cual es necesario que las personas reciban terapia de datos.
El planteamiento de los Rosling no surge de la nada. Después de varios años de preguntar a miles de personas de diversas partes del mundo sobre temas como la salud, la educación, la pobreza o las diferencias de género, se dieron cuenta de que la mayoría de ellas, sin importar si eran público en general, estudiantes, o incluso expertos en los citados rubros, concebía el mundo de manera mucho más trágica de como realmente es. Para los autores esto se debería a diez instintos humanos que sistemáticamente provocan una visión sesgada de nuestro alrededor. Estos instintos fueron necesarios para que nuestros antepasados sobrevivieran hace cientos de años, pero en la actualidad ya no resultan útiles, sino todo lo contrario, pues solo generan preocupaciones excesivas y juicios equivocados sobre el mundo.
Factfulness se divide en once capítulos, diez de ellos dirigidos a explicar cada uno de los instintos, y otro más donde los autores dan propuestas para poner en práctica las herramientas mentales necesarias para desarrollar una visión del mundo fundamentada en hechos.
En el primer capítulo los autores hablan del instinto de brecha (gap instinct), que significa la tendencia a ver las cosas de forma dicotómica, o a dividirlo todo en solo dos grupos: ricos y pobres, desarrollados y en vías de desarrollo, etc. Esta visión del mundo es bastante errada, porque la realidad no suele estar tan polarizada como nuestras creencias. Como los autores nos recuerdan a través de conceptos como la distribución normal y diversos datos respecto del desarrollo económico de los países en las últimas décadas: aunque algunas cosas son blancas y otras negras, estas solo se encuentran en la periferia o en alguno de dos polos, pero la gran mayoría suele estar concentrada en el medio; es decir que son de tonalidades grises.
Más adelante, en el segundo capítulo, se trata el instinto de negatividad (negativity instinct), el cual consiste en prestar más atención a las cosas negativas que a las positivas, lo que nos lleva a pensar erróneamente que el mundo está en constante deterioro, aun cuando las evidencias empíricas indican que sucede lo contrario. Para controlar este instinto se sugiere ejercitar nuestra mente para aprender a distinguir entre lo que es una categoría o niveles, y lo que es la dirección de un cambio. Una situación puede ser mala y mejor al mismo tiempo; de igual forma que esta puede continuar siendo buena pero peor que en otro momento determinado. También ayuda tener presente, sobre todo al momento de consultar la prensa, que las buenas noticias nunca son noticia porque los medios de comunicación tienden a exagerar las cosas para poder vender más, y que las mejoras graduales en cualquier ámbito de la vida son casi siempre imperceptibles (y menos comercializables). En parte, por ello es que tenemos una imagen tan distorsionada de nuestro entorno social, político y económico.
El instinto de línea recta (straight line instinct) es la frecuente asunción en que los fenómenos se comportan siempre como una tendencia a la alza. Este instinto, sobre el que versa el tercer capítulo, es el que genera la idea errónea de que la población mundial continúa aumentando y que seguirá así hasta que se haga algo al respecto. Aunque es verdad que la población mundial continúa creciendo, hace años que la tasa de aumento comenzó a disminuir, al punto que conforme avance el siglo la línea irá tomando poco a poco un posición horizontal. Para controlar el impulso a razonar así debemos recordar que un fenómeno puede comportarse de diversas maneras, y no darse únicamente en forma de línea recta, pues también puede ser en curvas como la que tiene forma de “s” o como las líneas con “jorobas”.
En el cuarto capítulo los autores explican el instinto del miedo (fear instinct), gracias al cual dedicamos demasiada atención a ciertas situaciones que en realidad no son tan peligrosas como otras que verdaderamente representan riesgo. Por ejemplo, a la mayoría de la gente le genera mucha ansiedad viajar en avión, cuando las probabilidades de morir en un accidente de este tipo es bajísima, y más en comparación con un accidente automovilístico, por lo que casi toda la gente se siente más segura en el automóvil, lo que es completamente irracional, porque, como los autores plantean: “Because ‘frightening’ and ‘dangerous’ are two different things. Frightening poses a perceived risk. Something dangerous poses a real risk”. [ Porque “aterrador” y “peligroso” son dos cosas diferentes. Aterrador posee un riesgo percibido. Algo peligroso posee un riesgo real]. (Rosling, Rosling, y Rosling-Rönnlund, 2018, p. 122). Por eso es importante aprender a calcular riesgos y pensar en concordancia con estos.
El instinto de tamaño (size instinct) provoca que realicemos juicios errados respecto de la proporción de las cosas, con lo cual subestimamos de manera sistemática algunos progresos realizados en varios ámbitos a escala mundial. En este quinto capítulo los autores recomiendan que al ver números solos no nos vayamos con la finta, pues por más impresionante que parezca, si lo dividimos o comparamos con otros números también relevantes pondremos las cosas en proporción, y eso nos dará una perspectiva diferente de la situación. Dicho de otra forma, hay que confiar más en las razones y las proporciones que en los números enteros.
El capítulo sexto aborda el instinto de generalización (generalization instinct), que consiste en elaborar generalizaciones incorrectas sobre personas, países o situaciones que en realidad son muy distintas. Para quien escribe, este y el instinto de brecha son los más dañinos para la humanidad, pues, al combinarse ambos, pueden generar ideas y actitudes como el racismo, la xenofobia o la homofobia. Según Rosling y colaboradores (2018), para controlar el instinto de generalización puede resultar muy útil cuestionarnos nuestras propias categorías sobre las personas y los países. En concreto, ellos sugieren buscar las similitudes entre grupos y las diferencias dentro y entre grupos, lo cual nos ayudará a no caer en los instintos anteriores.
El instinto de destino (destiny instinct), explicado en el capítulo siete, representa la creencia en que existen cualidades innatas que determinan el destino de ciertas personas o países, lo cual lleva a pensar que las culturas y las sociedades nunca cambian. Las sociedades y las personas sí cambian, pero lo hacen de manera lenta, lo que puede causar la impresión de que se mantienen estáticas. Como dicen los autores: “slow change is still change” [el cambio lento sigue siendo cambio] (Rosling et al., 2018)).
El octavo capítulo trata sobre el instinto de perspectiva única (single perspective instinct), que es la tendencia a simplificar las cosas. Este instinto provoca que a menudo hagamos inferencias inadecuadas sobre lo que sucede en el entorno, e incluso podamos volvernos ciegos ante la información que no se ajusta a nuestra perspectiva. Para superarlo hay que poner a prueba las propias creencias y tratar de ser creativos al afrontar algún problema, recordando que ninguna herramienta es buena para todo y que una misma situación puede ser observada desde diferentes perspectivas.
Con suma frecuencia, cuando algo muy bueno o muy malo ocurre, buscamos a un héroe o villano al que atribuir los acontecimientos vividos. Ello se debería a lo que en el noveno capítulo los autores definen como instinto de la culpa (blame instinct), el cual suele llevar a la pérdida de nuestra capacidad analítica y la imposibilidad de prevenir problemas similares en un futuro. Esto puede controlarse al cambiar de enfoque; es decir, al concentrarse en la búsqueda de las causas en lugar de un culpable (villano) cuando ocurre algo negativo, y en la búsqueda de efectos sistémicos antes de atribuirlas a alguien (héroe) cuando algo positivo sucede.
Finalmente, el décimo capítulo es sobre el instinto de urgencia (urgency instinct), que nos incita a actuar de inmediato para tratar de evitar un escenario o una situación en particular. Tal instinto impide nuestra habilidad de pensar críticamente para afrontar problemas complejos. La mejor manera de manejarlo es dar pequeños pasos; es decir, postergar en la medida posible decisiones drásticas y revisar constantemente la información y los datos que se tengan al respecto. En este capítulo los autores señalan los que consideran que son los cinco principales riesgos globales por los que deberíamos preocuparnos en el futuro inmediato. Uno de ellos es justamente el relativo a las pandemias globales, que, junto con el cambio climático, el colapso financiero, la pobreza extrema y la posibilidad de una tercera guerra mundial, constituyen las amenazas más importantes para la humanidad.
No cabe duda de que en un contexto como el actual, en el que el mundo continúa enfrentando la pandemia del coronavirus (covid-19) y sus múltiples consecuencias en lo económico, lo político y lo social, las autoridades de salud pública y la comunidad científica internacional han echado de menos a una mente tan preclara y entusiasta como la de Hans Rosling, a quien, por cierto algunos debemos parte de nuestra vocación por la enseñanza y la inspiración a tratar de que las personas recurran cada vez más al pensamiento estadístico y a una visión basada en hechos, y cada vez menos a sus prejuicios o falsas creencias sobre el mundo porque estas solo sirven para perpetuar actitudes desafortunadas y retrasar el desarrollo humano.