Tratado sobre pensamiento estratégico-militar es una las principales obras del doctor Marcos Pablo Moloeznik, profesor-investigador del Departamento de Estudios Políticos, del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH), de la Universidad de Guadalajara. Es un libro que recoge, a lo largo de sus 549 páginas, un asunto de imperante actualidad: La seguridad pública, nacional e internacional.
El libro reseñado fue editado por el Colectivo de Análisis de la Seguridad con Democracia (CASEDE) y logra, además de ser un tratado en todas sus acepciones, convertirse en un texto didáctico, riguroso y profundo. Es de resaltar el dominio del tema y la especialidad con que lleva al lector por un recorrido cronológico de los fundamentos del pensamiento militar. Moloeznik nos presenta, desde las doctrinas que se desarrollaron históricamente en torno al uso estratégico y logístico de la guerra, hasta una propuesta original sobre cómo pensar los aportes del pasado a la luz del presente en materia de defensa militar.
En las primeras páginas el autor deja ver la relación intrínseca entre la política y la guerra, lo que posibilita entender las ideas de cada pensador que se va desglosando, entre axiomas, modelos y reflexiones. La obra se puede dividir en dos partes, en la primera señala las bases filosóficas de los estudios de la guerra a partir de los tratadistas más relevantes, mientras que en la segunda parte desarrolla exhaustivamente las distintas doctrinas militares y los sistemas comparados de defensa.
El primer capítulo abre con el pensamiento estratégico de oriente y occidente, dentro del pensamiento clásico y ortodoxo en las llamadas guerra de primera y segunda generación. Entre los principales exponentes vemos pasar a Sun Tzu, Marco Tulio Cicerón, Hugro Grocio, Nicolás Maquiavelo (pensador de la ciencia política moderna) y Karl von Clausewitz. De este último destaca la idea de que la guerra es la extensión de la política.
En estas primeras hojas recupera la obra de Sun Tzu, colocando los principales factores que influyen para obtener la victoria en la guerra, dicho de otro modo, es un camino doctrinal relacionado a los elementos internos (recursos humanos y liderazgo) y los externos (ambiente y escenarios geográficos).
Posteriormente, el autor nos habla de Marco Tulio Cicerón, conocedor del derecho romano que sienta las bases de la concepción de “guerra” más difundida en occidente, una guerra utilizada para pelear exclusivamente por la fuerza o la violencia. Para Cicerón se debe optar por una guerra como ultima ratio (última razón o argumento); es decir que una vez agotadas las posibilidades se entra en un conflicto de máxima intensidad en el uso de la fuerza.
El escritor sostiene que con Nicolás Maquiavelo se transforma el estudio de la guerra en una ciencia social (derecho, economía y política), y que el pensamiento de la guerra tiene un lugar decisivo en el factor militar en la política; es decir, un país libre necesita de un buen instrumento militar, un ejército es útil.
El autor sistematiza con destreza los aportes de tratadistas reconocidos, entre ellos Hugo Grocio, quien relaciona la guerra con el derecho natural, valiéndose de que todo conflicto armado persigue la conservación de la vida. Estas ideas se apegan a las de Marco Tulio, precursor de esa misma postura.
Moloeznik cierra el primer capítulo con los aportes de Karl von Clausewitz. Precisa que para Clausewitz la guerra es la continuación de la política por otros medios. Reconocido como el filósofo de la guerra de occidente, establece que la guerra debe ser un medio y no un fin. El autor nos señala que Clausewitz ve la guerra como un instrumento político, la política ha creado a la guerra y no a la inversa, la guerra es el resultado del conflicto entre Estados imperfectos o deficientes en organización. La guerra es un instrumento, es racional (costo-beneficio) y también nacional, persigue intereses de un Estado nación. La aportación de Clausewitz es el modelo trinitario donde aparecen los elementos de la guerra (violencia, racionalidad y creatividad de los estrategas), muy vigentes en estos tiempos, la primera representada por la pasión y el pueblo, la segunda por las fuerzas armadas y el valor, la tercera por la razón y el gobierno.
Al llegar al capítulo dos, Moloeznik pasa al pensamiento heterodoxo, nos muestra los nuevos paradigmas en el pensamiento estratégico-militar. El autor se refiere a los conflictos armados de tercera generación, una guerra total que afecta a la sociedad en su conjunto (es absoluta y carece de límites), entendida como la total irrupción del poder aéreo sin ninguna clase de santuarios, los muertos civiles superan las cifras de los combatientes. Discute con la ideas de Lunderdoff y las analiza como la antítesis de Clausewitz, ya que una de sus máximas es que la política debe servir a los intereses meramente bélicos. Para Ludendorff es la guerra la que dota de sentido a la actividad humana; la paz es transitoria, en lo que se prepara un nuevo conflicto. Resulta notable la forma en que el autor discute con Liddell Hart sobre la guerra como un instrumento político, dando énfasis en la eficacia y el poder de decisión, donde resulta fundamental el uso de medios de alto poder de fuego y letalidad (sistemas de armas pesadas) para que el conflicto dure lo menos posible, al mismo tiempo que aplaude de Clausewitz la relación entre política y estrategia, la cual depende de los fines de la guerra como de los recursos disponibles. El autor encuentra que Hart se centra en las capacidades operacionales disponibles, y esto es tan solo un plano secundario. Moloeznik observa que Hart devuelve la idea de que los líderes militares están sujetos a la alta política.
El segundo capítulo lo cierra con dos precursores fundamentales del pensamiento estratégico-militar. Comienza con Thayer Mahan, precursor del poder naval, quien ilustra cómo la fuerza militar del mar otorga el poder necesario a los países con intereses expansionistas. Mahan influye tanto en el pensamiento americano como en el europeo, sus argumentos giran en torno a que el uso del poder naval para la ofensiva tiene el privilegio de la iniciativa. Enseguida retoma a Giulio Douhet, precursor del poder aéreo, quien genera una base conceptual para desarrollar las nociones y características del dominio del aire.
Moloeznik expone cómo una acción de tipo ofensiva significa impedir volar al enemigo, conservando para sí mismo la facultad de vuelo, pues esa es la ventaja clave, es la llave de la estrategia moderna. Por otro lado, el autor no deja de señalar que el poder naval se considera vital para la seguridad nacional; es decir, el uso y el control del mar han sido un factor decisivo en la historia mundial. El autor insiste en lo importante que es definir lo geográfico como medular, tanto para el combate (la apuesta de Mahan) y la defensa, como para el comercio y la economía.
El capítulo tres ofrece una riqueza de pensadores revolucionarios y contrarrevolucionarios que ven en la colonización una razón para justificar sus actividades bélicas. Esta doctrina de origen francés se proyecto en países occidentales, entre ellos los pertenecientes a América Latina. Una noción de esta doctrina es el “conflicto de baja intensidad”, una guerra total en nivel base o limitada, que tiene como meta la reafirmación de la hegemonía.
Raymond Aron es un precursor de esta doctrina que aparece en el capítulo tres. El autor rescata del pensamiento de Aron que la guerra es de todos los tiempos, los seres humanos siempre se han matado, utilizando lo que han tenido a su disposición. Sin embargo, existe una corriente utópica de pensamiento, la cual dice que es posible el fin de los conflictos armados, los revolucionarios del socialismo aseguran que las beligerancias siempre han respondido a los intereses del sistema económico capitalista, por eso la máxima de que, para suprimir las guerras, hay que suprimir las clases. En esa tónica, Moloeznik nos ilustra que las guerras son también imperialistas (con fines de expansión), y que la liberación de la clase oprimida es una respuesta que se inicia en una guerra contra el opresor, surgiendo como tal un ejército revolucionario.
La segunda parte de la obra toma forma con el cuarto capítulo. Se encuentra basada en la teoría de las relaciones internacionales, dada la tensión evidente entre los Estados nacionales. El autor abre este apartado afirmando que el componente militar no lo es todo en la política internacional, pero cuando existe voluntad de usarlo es la fuerza que arrasa con todo lo demás (incluyendo la diplomacia). El sistema internacional presenta ciertos escenarios, uno donde los Estados son muy poderosos militarmente y cuentan con la capacidad económica y tecnológica para hacerse de más poder, y otro donde los países no poseen los recursos suficientes para consolidar una defensa nacional potente.
En palabras de Moloeznik “El uso del poder militar para obtener objetivos políticos refleja, como ningún otro, las ásperas imperfecciones de la realidad internacional de nuestros días” (p. 217).
En este capítulo, relaciona las amenazas a la seguridad (elaboración propia del autor con datos de la OEA), en lo que se destaca al narcotráfico en los primeros lugares. Posteriormente, desglosa los factores cuantitativos y cualitativos del poder militar (materiales y no materiales) y compara algunos Estados nación, según un índice de poder mundial (capacidades materiales e inmateriales hard power y soft power), entre potencias mundiales, potencias medias y potencias regionales y el resto de países periféricos.
La obra nos habla de guerras convencionales y no convencionales. Describe el caso de la experiencia de Israel para distinguir lo que sería y no sería una guerra convencional; trae a relucir el caso de Yugoslavia, que refleja defensa territorial por parte de ciudadanos que salvaguardan su autonomía. Comparte otros ejemplos de “pueblos en armas” y problematiza la convencional prolongada que se aprecia en la doctrina militar soviética, una forma de hacer la guerra por parte de la Unión soviética utilizando a su favor su extensa geografía, numerosos recursos humanos y su gran capacidad industrial, lo que la vuelve una guerra de desgaste material y psicológica contra el agresor. El autor ve pertinente dedicar un capítulo a los países que son únicos en su tipo, como el caso de Japón y Suecia.
En su penúltimo capítulo, Moloeznik adentra al lector al concepto de guerra híbrida de cuarta generación, la cual ya no se libra en el campo de batalla con el fin de alcanzar un objetivo político a través de una batalla decisiva, sino se cuenta con la presencia de actores no estatales que luchan en medio de la población. Pone de relieve que los países no occidentales han desarrollado una nueva forma de guerra hibrida para hacer frente a la superioridad militar convencional de las grandes potencias.
Las enseñanzas para el sistema de defensa de México están su capítulo final; presenta un esquema sugerente que versa sobre los niveles de seguridad que se pueden observar en los conflictos armados contemporáneos (CAC). Esta obra pone de relieve la enorme dificultad de distinguir en estos tiempos inciertos y convulsos entre guerra, crimen organizado y quebrantamiento a gran escala de los derechos humanos. Para comprender los CAC, Moloeznik sugiere no perder de vista los factores políticos, militares, económicos, socioculturales y científico-tecnológicos.
En este libro se discute en las últimas páginas el rumbo que podría tomar el caso de las fuerzas armadas mexicanas. Al autor le resulta difícil concebir el Ejército mexicano como una fuerza de combate convencional, porque en la práctica ha servido como una suerte de guardia nacional. Sin duda estamos frente a un tratado que realiza un recorrido excepcional por grandes pensadores de la historia, lo cual permite ofrecer una visión analítica sobre la militarización de México y de otros países.