En México, alrededor de 12% de los hogares ha sido víctima de la delincuencia. El número de delitos por cada 100 mil habitantes (tasa de incidencia) había oscilado entre 10 y 12 mil entre 2001 y 2007, pero en 2010 alcanzó 18 mil1 (icesi, varios años; inegi, 2011).
En el año 2008 cerca de 50% de la población consideró que su vida se había visto afectada por la inseguridad (icesi, 2009). En el periodo comprendido entre 2001 y 2010, entre 50 y 80% de la población reportó haber cambiado algún hábito como medida preventiva —no salir de noche, impedir que sus hijos menores salieran, dejar de visitar a familiares, etcétera— (icesi, varios años).
Una de las encuestas más reputadas en América Latina —Latinobarómetro— reporta que la preocupación por el desempleo y por el crimen y la violencia en Latinoamérica ha seguido en los últimos años tendencias opuestas: en el año 2003, la primera registraba 28%, mientras que la segunda sólo 8%; para el año 2007, 18% de los encuestados reportaron estar preocupados por el crimen y 17% por el crimen y la violencia.2 Para 2008 ya se habían invertido los términos.3 En mayo de 2011 la preocupación por la inseguridad en México ya estaba por encima de la preocupación por los problemas económicos (México Unido contra la Delincuencia, 2011). No obstante, los mismos ciudadanos identifican a la pobreza y al desempleo como las principales causas de la delincuencia, según las encuestas de victimización y percepción de seguridad.4
¿Por qué ha adquirido tal nivel de centralidad esta preocupación? ¿Cómo se configura este “sentimiento de inseguridad”? ¿De qué manera impacta en las relaciones de confianza y, por tanto, en la capacidad para tender y sostener redes sociales y comunitarias? ¿Puede la percepción de mayor inseguridad conducir a los ciudadanos a demandar más mano dura y, eventualmente, atentar contra las libertades o el sistema democrático? ¿Qué han encontrado las investigaciones previas en otras latitudes y momentos? ¿Cuáles son los huecos o limitaciones de este campo de investigación?
Éstas son algunas de las principales cuestiones que se plantea el sociólogo Gabriel Kessler en su estudio sobre el sentimiento de la inseguridad en Argentina, publicado en 2009 por Siglo xxi Editores como El sentimiento de inseguridad. Sociología del delito. La lectura del trabajo de este trabajo en el México de hoy parece particularmente pertinente: es un estudio que representa la frontera del estado de la cuestión en el campo de investigación sobre “miedo al crimen”; incorpora de manera creativa las críticas que outsiders han hecho a este campo; e integra el enfoque cuantitativo y el cualitativo para mostrarnos un rostro más concreto y contextualizado del sentimiento de inseguridad en Argentina.
Pistas kesslerianas en la frontera del estado de la cuestión
Si tuviéramos que resumir la historia del campo de investigación sobre “miedo al crimen”, ésta se sintetizaría en una pregunta: ¿qué está detrás de la falta de empate entre el miedo al crimen y el crimen mismo? Algunos reputados miembros de este campo han hablado de cierto “estancamiento” (Warr, 2000). Desde afuera incluso se han lanzado acusaciones de déficit teórico y de sólo producir constataciones de regularidades estadísticas (Hollway y Jefferson, 1997). También se ha advertido de un desbalance inclinado hacia el enfoque cuantitativo (ídem), cuando se trata de un problema que a veces se antoja inasible y casi “irrepresentable” (Farrall, 2004). Se necesita, dicen algunos críticos (Hollway y Jefferson, 1997), recuperar la perspectiva subjetiva y ponerla en el contexto histórico, pues se trata de una problemática de innegable constitución política (ídem).
Algunos de los estudios más innovadores y recientes incorporan ya este enfoque (cf. Gray et al., 2007). De hecho, una de las principales aportaciones del libro de Kessler es precisamente incorporar las “variables estructurales e históricas”5 (p. 14) e integrar las perspectivas cualitativa y cuantitativa, si bien no encontramos referencias al texto de Hollway y Jefferson. En cambio, retoma de Melosi (2000, citado en p. 37) la necesidad de historizar las representaciones sobre el crimen. Según la hipótesis de Melosi, “los modos específicos de caracterizar al delito son proyecciones de las preocupaciones sociales más profundas de cada época”. El estudio realizado en Argentina es una confirmación de esta hipótesis, pues Kessler encuentra que el discurso “promedio”, por llamarle así, identifica a la inseguridad como una “secuela de la crisis social” (p. 118). En coherencia con esta posición discursiva, varios de los entrevistados proponen medidas de política económica y social para atacar el problema6 (p. 119). Aunque El sentimiento de inseguridad da cuenta de muy diversos posicionamientos discursivos en torno a la delincuencia y cómo atacarla, incluyendo algunas posiciones pro-punitivas extremas, consideramos que aquel hallazgo puede interpretarse como un signo de esperanza: desde el punto de vista de Turner (2007: cap. 8), cuando las personas pueden atribuir el origen de sus sentimientos negativos (en este caso, miedo, indignación, preocupación) a las meso o macroestructuras que son, al menos parcialmente, las causantes de ese sentimiento (al “privatizar” el tema de la seguridad, cf. Bergman y Kessler, 2008: 210), se puede tener esperanza en que la energía emocional negativa se dirija hacia estas estructuras, orientándose hacia un cambio social.
Ahora bien, este proceso de atribución y de cambio social, identificado por Turner y otros autores, no es automático, mecánico o unívoco. Está mediado, entre otros muchos factores, por los procesos de socialización, y aquí es donde encontramos otra de las aportaciones del libro de Kessler, quien advierte de los riesgos de autoritarismo y estigmatización que podrían acompañar a una “generación socializada con la inseguridad” (p. 186). Las medidas para “gestionar la inseguridad” en las familias, incorporadas al proceso de formación de los hijos, tales como acompañar a los hijos a la escuela o a la parada del camión hasta una mayor edad; enseñarles cómo contestar el teléfono de forma segura, cómo reaccionar frente a los “extraños”, cómo relacionarse vía celular o Internet, etc. (pp. 208-211), podrían contribuir a la percepción de un mundo amenazante y del otro como peligroso (cf. también Taylor, 1995). “Una cuestión habitual en casi todas las madres es cuánto decir sobre los riesgos, cómo prevenirlos sin educarlos con miedo, cómo mantener el equilibrio de los adolescentes entre el inexorable proceso de autonomía y el cuidado de sí” (p. 210). Kessler también identifica una lamentable ruptura de los lazos intergeneracionales que se verifica en la deficiente inserción de los jóvenes al mundo del trabajo (p. 153).
A pesar de ser un aspecto de innegable importancia, los efectos del sentimiento de inseguridad en la socialización primaria y, a su vez, los efectos de ésta en la formación ciudadana, han sido relativamente descuidados en la investigación sobre miedo al crimen.7 Su importancia adquiere mayor relieve si consideramos que diversos estudios han asociado el tipo de socialización advertida en el libro de Kessler, con el conservadurismo (entendido como preferencia de la desigualdad y aversión al cambio social) (cf. Jost et al., 2003).
Estos hábitos de “escaneo social” y de “presunción generalizada de peligrosidad” (Lianos y Douglas, 2000, citado por Kessler, 2009) tienen un efecto de distanciamiento. El distanciamiento y la proximidad social y espacial se convierten en filtro en el procesamiento político de la inseguridad (Kessler, 2009: 99-102, 134, 144, 197, 266 y 267). Farrall, Jackson y Gray (2007) advierten algo similar: según una prueba de su modelo con resultados de la Encuesta Británica sobre el Crimen (British Crime Survey, 2003-2004):
[L]a preocupación cotidiana en torno al crimen está asociada a sentirse más en riesgo; a preocupaciones por el orden y la estabilidad comunitarios; y con conocer a una víctima del delito o vivir en un área con alta criminalidad. En contraste, los “ansiosos” se sienten menos en riesgo; tienen niveles menores de victimización; es menos probable que vivan en áreas con alta criminalidad […] y están mejor protegidos (Jackson, et al., 2007: 19).
Nótese: en este otro modelo teórico, el factor “distanciamiento-proximidad espacial y social” también está mediando la experiencia emocional.
En ambos enfoques, el de Farrall y colaboradores y el de Kessler, haría falta profundizar aún más en las implicaciones políticas de estos efectos de distanciamiento y proximidad y sus correlatos emocionales. Turner se apoya en Lawler (2001, citado en 2007: 98) para elaborar a partir del concepto de sesgo de proximidad y de distancia: mantenemos cerca la energía emocional positiva, para resguardar al yo (o ego) y sus relaciones sociales más inmediatas, mientras que alejamos la energía emocional negativa. Este “sesgo” genera un problema de legitimidad para las meso y macroestructuras, que necesitan energía emocional positiva para legitimarse (Turner, 2007: 98 y ss.), más aún en sociedades familistas, con déficits de confianza interpersonal e institucional, como las latinoamericanas. La profundización del familismo como efecto del distanciamiento protector contra la delincuencia podría repercutir en un agravamiento de la desconfianza hacia las instituciones y en la dificultad de tender lazos con el vecino, y más todavía con el lejano o el diferente, como también apunta Kessler.
No cabe duda que la lectura de El sentimiento de inseguridad. Sociología del temor al delito puede darnos pistas, como investigadores y como ciudadanos, para pensar y actuar en el México de hoy, necesitado de cauces democráticos para el miedo y la indignación frente a un bien público —la seguridad— que nos parece conculcado.
Bibliografía
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Bursik, R. J. Jr. (1988). “Social disorganization and theory of crime and delinquency: Problems and Prospects”, Criminology, vol. 26, núm. 4, pp. 519-551.
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Farrall, Setphen, Emily Gray y Jonathan Jackson (2007). “Theorising the Fear of Crime: The cultural and social significance of insecurities about crime”, Experience and Expression in the Fear of Crime Working Paper, núm. 5, esrc Grant res 000 23 1108.
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1. Incluyendo en el cálculo a los menores de edad.
2. Datos citados por Damert, Alda y Ruz (2008: 21).
3. Datos citados por Kessler (2009: 70).
4. Así lo reportan las Encuestas Nacionales de Seguridad, realizadas por el Instituto Ciudadano de Estudios sobre la Seguridad.
5. Ideología política, estrato socioeconómico, experiencias previas de clase, distancia/proximidad social, periodicidad de la problemática de inseguridad y su conexión con los ciclos políticos y económicos, etcétera.
6. Encontramos posiciones muy similares en el caso mexicano. Cf. icesi, varios años.
7. Una notable excepción la encontramos en el “modelo de desorganización social” de Shaw y McKay. Cf. Bursik, 1988: 528 y 529.