¿Son muchos o pocos veinte años?


Son muchos para quien lee con atención la introducción del Doc donde nos narra la historia del doctorado. Son pocos cuando uno lee el listado de más de cien doctores egresados y la variedad y riqueza de los aportes de sus trabajos de tesis. Son pocos cuando uno escudriña los recuerdos, y parece como si el señor Alzhaimer todavía no nos visitara, y vemos de corridito caras, escenas, recuerdos y anécdotas. Son muchos cuando comparamos el inicio con el momento actual del doctorado. Son pocos cuando sopesas la permanencia de los afectos. Son muchos cuando recordamos las teclas y las funciones del Word Perfect. Son pocos cuando reabrimos la actual pc y recibimos un correo electrónico con una invitación a la celebración del doctorado. Son muchos cuando hacemos conciencia de los que estuvieron y ya no están con nosotros (como Carmen Castañeda y Roberto Miranda). Son pocos cuando vemos a nuestros maestros, y pensamos ¡no ha cambiado nada! Son muchos cuando uno cae en la cuenta que ingresó como estudiante y después se convirtió en maestro. Son pocos cuando nos vemos aquí reunidos, festejando esta celebración.

En suma, veinte años son más que suficientes para que más de cien voces hubiéramos aceptado la invitación del Doc —sin amenaza de por medio— a responder la pregunta con la que nos torturó el mismo día en que cada uno de nosotros (los estudiantes) tuvimos que defender la tesis y responderle al Doc: ¿cuál es tu principal aporte? Después de veinte años, todos tenemos la oportunidad de reflexionar sobre el aporte, sobre la contribución del esfuerzo, sobre la manera en que nos forjó en nuestra carrera académica una pregunta inicial, cien datos, varias hojas de libretas de fichas, treinta casettes con historias de vida, cuatro cuadernos de campo, y un disco duro de la pc. Después de veinte años, muchos de los exalumnos también formulamos la pregunta ¿qué nos aportó el doctorado? Y sin duda, quien tenga en sus manos este libro-folleto podrá responderse algo más significativo aún: ¿Cuál es el aporte de doctorado al campo de las ciencias sociales en México? Y más aún, ¿cuál es la aportación en conjunto de las ciencias sociales a la sociedad? ¿Para qué pueden ser útiles las tesis? —pregunta que me ha atormentado aun más que la de los aportes—, ¿qué nos ayudan a explicar y comprender?, ¿realmente podrían ayudarnos a vivir mejor? Yo, después de leer lo que cada quien ponderó como su principal aporte, empecé a pensar en lo sano y benéfico que sería que los políticos leyeran este libro.

Sin duda, las 22 tesis sobre historia social y cultural serían un buen antídoto para reconocer las diversidad de tramas, actores y acciones que han contribuido a hacer patria, a mantener las memorias de los pueblos, a inventar instituciones, a mantener poderes y a resistir a ellos, a padecer calamidades y a seguir adelante, a ver no sólo distintas etapas de la historia, sino también a desentrañar las historias no oficiales que atienden desde las formas de ritualidad, prestigio y poder del preclásico tardío en el occidente de México, pasando por el papel de los cabildos en la colonia y el papel de las audiencias durante virreinato, y la organización de las haciendas y de las grandes fortunas familiares en el porfiriato, la reforma y el arribo de los protestantes, e incluso documentar la manera en que las leyes borbónicas regularon la familia, el matrimonio y la sexualidad de Guadalajara, hasta la revolución, pero revisitada con un sentido crítico para ver como contribuyó a crear las nueva élites políticas de los caudillos Calles y Obregón, y el levantamiento de los cristero en las faldas del volcán de Colima.

La antropología nos muestra su amplitud de temas y discusiones y nos ayuda a pensar sobre el papel que ha tenido y sigue teniendo la estrategia de producción cultural en el mantenimiento de diversidades identitarias y étnicas en la sociedad mexicana y América Latina. Desde las aportaciones de los novelistas decimonónicos, cuyas narrativas contribuyeron, según Pepe Lameiras, a generar orden y unidad en un país “enconado y caótico”. Hablar de los grupos étnicos no sólo es describirlos, sino también contribuir a su inclusión y, como diría Manuela Camus, a hacerlos visibles cuando la ciudad se apremia por invisibilizarlos. De esta manera, la antropología rescata que los chinos son también guatemaltecos. Que los otomíes están presentes en Guadalajara, y que los nahuas y tenek persisten en la ciudad de San Luis Potosí, silenciosos, pero viviendo su etnicidad en la cotidianidad. Dicha etnicidad se ha logrado mantener gracias a la música, como es el caso de los wixaritari que se apropian del territorio mediante su música, o la perseverancia de las fiestas religiosas en Tuxpan, Jalisco. También se documentan movilizaciones étnicas en Ecuador, o confederaciones mapuches en Chile y Argentina. Pero la diversidad no sólo está presente en las demarcaciones étnicas, sino también en la construcción de nuevos territorios urbanos y de sus pobladores, en la manera en que se incluyen y diferencias los extranjeros (por ejemplo, en la población de Todos Santos), en incluso en las nuevas matrices de identificación que proveen el cine, las identidades juveniles que abarcan desde los grupos parroquiales, las demarcaciones barriales hasta las pandilla organizadas de maras centroamericanas). El género también contribuye a demarcar identidades (como es el caso de los Altos de Jalisco) pero también a enmarcar ejercicios de poder (como lo demuestra el caso de la masculinidad y la violencia en los hogares). Todos estos temas están en la agenda de los debates contemporáneos y las ópticas de las tesis aportan un marco comprensivo para subvertir las tendencias a la discriminación y las violencias generadas por la incomprensión y la exclusión.

Otro tema sensible a la antropología social, es el que atiende los procesos socioeconómicos, temas que tocan desde las ferias regionales hasta los mercados de abasto. Los que venden y los horticultores que producen alimentos básicos. Las nuevas tendencias productivas, como son las maquilas de ropa hasta la industria de los videojuegos. Las maneras de negociar la riqueza y de enfrentar la pobreza. Las jefas de hogares más paupérrimas y sus estrategias para sobrevivir, así como las nuevas empresarias de clase media y sus capacidades para negociar. El hogar como lugar de producción y consumo, y la fábrica como lugar de trabajo pero también de ocio. Las obreras y los sindicatos. E incluso la manera en que desde lo popular se reinventan los accesos al dinero, los microfinanciamientos y la microestrategias de ahorro. La antropología deja en claro que la economía no es una cuestión macro ni global, sino cotidiana y muy local, incluso doméstica.

La antropología social también mira a los procesos antropológicos y es capaz de desdoblarse para ver procesos y efectos de salida y de retorno. Las necesidades para salir en búsqueda de oportunidades, y las nostalgias para regresar a su hogar original. La ciudad, o mejor dicho la cultura urbana, también ha sido una contribución relevante de la antropología, la cual nos descubre las novedosas maneras de construir territorio, los efectos de la movilidad, pero también las estrategias para reanclar las identidades al espacio urbano. Un tema predilecto entre los antropólogos y sociólogos ha sido la movilización vecinal para negociar el espacio y la identidad, pero también como hace tiempo lo constató Reguillo, ya no sólo hubo que pensar la ciudad como contexto y objeto de organización social, sino construida por el habitar, practicar, transitar, pero también por el acto de narrar. Otra inquietud de la antropología es la política, que va desde las prácticas electorales, el campo judicial, hasta la democracia participativa y los movimientos sociales. La antropología, a diferencia de las ciencias políticas, mira los procesos con microscopio y con profundidad cotidiana. Otra temática emergente es la de la recomposición del campo religioso provocada por la diversificación de las religiones, tendencia que se ha acentuado en América Latina, no sólo en las disidencias de los evangélicos, sino también al interior de la institución católica. A pesar de la diversificación existen estrategias para revertir las tendencias a la secularización, como lo muestran las monografías de Zamora, Guadalajara y Hermosillo, Sonora. Otro campo que transversaliza la antropología es el de la medicina, en donde rescatan los intercambios de los regímenes del saber entre profesionales y pacientes, y como lo menciona Ana Isabel Gaytán, la principal lección es que se entienda que los hospitales y los doctores “tratan con persona y no con enfermedades”. También la antropología tiene aportes para el cuidado y las políticas ecológicas, pues las tesis señalan que no bastan las políticas ambientales sino existe una cultura ambiental de la sociedad, que incluya a empresarios, funcionarios y ciudadanos. El Doc también nos muestra otros temas emergentes como son la antropología de la ciencia, la cognitiva y la lingüística.

En fin, el campo de la antropología es tan vasto como lo es la relevancia de la cultura en el mundo en que vivimos. Su aportes no permiten ver, que “no sólo de pan vive el hombre” sino también de significados y sentidos que provocan acciones y que permiten la negociación, el entendimiento mutuo, la suma de acciones hacia un mismo fin, la confianza, y el tan urgente lenguaje común para reconocernos en nuestras diferencias culturales.